No hables mal de Saturno
“La cuestión a la que debe enfrentarse cualquier interesado en la Astrología es la cuestión del Bien y del Mal. Al principio, a todos les preocupa si su planeta regente es benéfico o maléfico, si el signo zodiacal es favorable o desfavorable.
Si queremos obtener algún beneficio de estos estudios, debemos eliminar todos estos prejuicios desde el principio.
¿Cómo podría ser posible que el Creador, en su Sabiduría, pudiera haber creado por encima y alrededor de nosotros fuerzas y radiaciones a las que estaríamos sujetos al mal, solo para ser condenados por el Omnijusto?
Toda la creación habla del Creador, y porque está en la naturaleza, expresa Su Sabiduría. Nuestro fracaso en comprender las leyes Divinas de la Naturaleza, nuestra lucha contra Su Sabiduría, es lo que causa nuestro sufrimiento, no los planetas o los signos zodiacales.
Todos ellos producen en nosotros, energías y vibraciones que alimentan diferentes cualidades y virtudes. Tomemos por ejemplo, a Marte y Saturno, los más vilipendiados. ¡Marte, en parte, se considera un planeta más evolucionado que la Tierra! Si es más evolucionado que nosotros, ¿por qué su vibración será de violencia, ira y odio?
Analizando la capacidad de energía, coraje, fuerza de voluntad, según la posición del planeta Marte, en los horóscopos, veremos en efecto que el coraje y la energía se clasifican según la intensidad de la influencia de Marte. Pero, si el hombre utiliza esta energía recibida, donada, con fines de egoísmo, egocentrismo, provocando peleas, guerras y violencia, o no controlando la energía, distorsionándola en pasiones, ¿quién tiene la culpa? ¿Marte o el hombre?
¿No ha recibido el hombre, con la Chispa Divina, conciencia?
¿No se aplica el derecho y el deber de dominar la naturaleza no solo al disfrute de la naturaleza debajo de nosotros, sino también a las energías dentro de nosotros?
En el caso de épocas de guerras se notaron las influencias negativas de Marte.
Es decir, la influencia de Marte no pudo ser afinada por la humanidad y, a falta de recibir el estímulo de energía que viene de Arriba, el hombre muestra toda su falta de dominio de la energía, que fluye por la agresividad.
Aunque por la marcha de los planetas podemos calcular cuándo se procesa en nosotros esta debilidad humana, no culpemos al planeta de la imperfección.
En agosto de 1956 hubo un acercamiento cercano a Marte, que brilló más que Venus en sus mejores días. El pueblo acechaba y difundía rumores sobre el mal augurio de este fenómeno celeste, y en aquella oportunidad escribí el siguiente artículo:
“¡Miremos con confianza las maravillas del cielo, que están sobre nosotros, y busquemos controlar y entender la razón de nuestra propia imperfección!”
Dice también Paracelso cuando defiende al más hermoso de los planetas, que con su anillo resplandeciente gira majestuosamente alrededor del Sol:
“Todo el que se interesa por la Astronomía busca dirigir el telescopio para admirar esta belleza sideral y nosotros, en Astrología, lo difamamos por ser el origen de nuestra cruz, de nuestros pesos y obstáculos”.
¿Es posible que un planeta irradie, en un mismo momento, vibraciones completamente opuestas, provocando una reacción de fe, confianza, fidelidad, sinceridad, seguridad de algunos y escepticismo, desconfianza, frialdad de sentimientos y pesimismo en el prójimo? Si es así, la reacción provocada por la vibración externa no está en el mal del planeta radiante, sino en el grado de capacidad de sintonización del hombre. Y esto es lo que expresa Paracelso, cuando declara:
«No es el Saturno sobre nosotros, sino el Saturno dentro de nosotros, el que nos atormenta».
Por “Saturno dentro de nosotros” quiere decir: nuestra falta de fe, inexperiencia, desconfianza.
De hecho, la vibración de Saturno despierta en nosotros la capacidad de hacer uso de lo que hemos conquistado con nuestro propio esfuerzo, para nosotros o para nuestros antepasados, la capacidad de profundizar y experimentar, de recordar la Sabiduría que cada prueba, cada cruz que se impuso conducen al progreso ya la evolución, la capacidad de comprender que “ni un pelo de nuestra cabeza sin la Voluntad del Padre”.
En tales casos, se desarrolla la vibración de Saturno de fe, confianza, constancia, fidelidad, sentido del deber y responsabilidad y la cruz se vuelve más ligera.
Hay estados de ánimo y estados de ánimo, donde en el pasado, recordamos lo que fue difícil, lo que sentimos que no merecíamos. Como resultado, enfrentamos las situaciones con miedo, desconfianza, angustia, depresión, pesimismo, falta de fe y la misma cruz se hace pesada.
A simple vista, con nuestra visión humana, solo podemos ver siete cuerpos celestes en el sistema solar. Saturno es el último escalón en la escala planetaria visible antes de los planetas invisibles que comienzan con Urano.
Saturno es el planeta que despierta en nosotros la evidencia, que en la escala de la evolución, nos lleva de lo visible a lo invisible. Es el maestro del colegio al que nos tenemos que enfrentar para pasar de primaria a secundaria.
El que ha razonado, el que ha profundizado, el que ha superado las pruebas del pasado, las afronta (las pruebas de Saturno) con alegría, amando a su examinador. Los que no supieron llegar a la fe y la confianza en sus corazones, sienten angustia y miedo en presencia del maestro de escuela.
Si en las vibraciones negativas de Saturno aún sentimos desconfianza, pesimismo, angustia, remordimiento o dolor, es señal de que nuestra Fe aún es débil, o que aún hay algo que redimir.
Tomemos los anillos de Saturno como símbolo de un mundo partido en dos:
Concreto abstracto
Visible invisible
Ciencia – Fe
Para pasar de una parte a la otra, es necesario rodearse de esa banda luminosa de la fe, que resulta del conocimiento del pasado.
Saturno es el gran contador del pasado que hace fundar el futuro, que de la fe en la experiencia y el dolor visible conduce a la ciencia de la fuerza de lo invisible, y de la ciencia de lo visible da a luz la fe en lo invisible.
Si aún no sientes la sabiduría y la confianza que provienen de la fe, si aún no tienes la banda luminosa de Saturno, no es culpa de él”.
Emma de Mascheville